
Osvaldo Estrada nació en California, pero pasó la mayor parte de su infancia en Lima. Cuando tenía 14 años, su familia se trasladó definitivamente a los Estados Unidos. Ahí se doctoró en la Universidad de California Davis. Vivir entre dos culturas le ha marcado profundamente. El profesor Estrada es autor y coeditor de numerosos libros de crítica literaria y cultural. Sus investigaciones se centran en la alteridad, la colonialidad, los estudios de género y las representaciones de las violencias.
Es autor de un libro infantil, El Secreto de los Trenes, y de tres colecciones de cuentos, Luces de Emergencia, Las locas ilusiones y otros relatos de inmigración y Guerras perdidas, que nos interesan en especial en el marco de nuestro encuentro literario.
El profesor Estrada ha ganado premios y galardones por su obra, entre ellos el premio de la Feria Internacional del Libro Latino y Latinoamericano por Las locas ilusiones. También recibió un premio por uno de sus cuentos de la Universidad de Guadalajara y dos importantes premios del International Latino Book Awards por su colección de cuentos. Y su libro, Las guerras perdidas, recibió la medalla de oro a la mejor colección de relatos cortos en español del International Latino Book Awards.
Entrevista
Entrevistadores: Yasmin Temelli y Emiliano Garcilazo *

YT: Eres una unión personal que por lo menos aquí en Alemania casi no hay. O uno es escritor de ficción o uno es investigador, pero tú encarnas ambas facetas y formas parte de una generación que se llama el New Latino Boom, y al mismo tiempo te dedicas a este fenómeno como investigador. Entonces yo me pregunto, ¿cómo manejas el hecho de ser tu propio sujeto de investigación?
Oswaldo Estrada: Bueno, antes que nada, mil gracias por la invitación. Y también es muy bonito poder hablar en español porque es mi lengua. Hablo el inglés, creo que correctamente, pero siempre me siento como un impostor. Cuando hablo el inglés no soy yo ciento por ciento, mientras que ahora sí me siento en mi salsa. Es curioso porque el inglés es una lengua que hablo desde muy chico, y sin embargo en español es cuando mejor me siento. Tú me has preguntado, para romper el hielo, que cómo hago para combinar estas dos tareas. Fíjate, es algo que me han preguntado muchas veces.
Yo creo que primero fui escritor y después vino la literatura como profesión para ser crítico, académico, profesor. Cuando yo tenía 10 años, me acuerdo, yo vivía en Lima, la capital del Perú. Pero nos trasladábamos al norte del país todas las vacaciones para pasar dos, tres meses de verano. Y cuando los niños normales juegan al fútbol hacían otras cosas divertidas en la calle (yo no salía tanto porque tenía asma), yo me la pasaba escribiendo. Y escribía, claro, historias de mi familia, lo que yo imaginaba que le había pasado a mi abuela, a mi abuelo, a mi madre. Y luego por las tardes mis primos hacían el performance de lo que yo había hecho.
Yo creo que desde pequeño tuve esa curiosidad, ese deseo de escribir, porque uno nunca está conforme con el mundo en el que está viviendo y quisiera encontrar las respuestas que no existen. Entonces esa fue como mi primera pasión, lo recuerdo así desde pequeño.
Y luego, claro, los poemas que le escribes, no sé, a tu primer amor, el día de la madre, siempre escribía, escribía muchísimo, igual la mitad de esas cosas no valían nada, pero escribía como un loco. Lo que pasa que yo justo en la adolescencia me mudé a los Estados Unidos, y en el momento en que llegué allí mi primera preocupación era aprender la lengua, ya que no hablaba una sola palabra de inglés. Y entonces toda esa parte de mi vida quedó un poquito como en suspenso, mientras yo iba a la universidad.
Yo fui a la universidad para estudiar, para ser doctor, un médico prestigioso, no doctor, profesor de literatura. Y entonces por mucho tiempo esa parte de mi vida iba ganando mucho terreno, los artículos, los libros académicos, las presentaciones. Pero después en un momento de mi vida dije, pero a mí lo que me gusta es esto, la literatura, es mi pasión.
Y entonces la manera en que combino es que tú sabes que yo trabajo todo el tiempo, así que viniendo en el tren de Valencia a Düsseldorf estaba ahí escribiendo a mano, además, en el cuaderno, cosas, situaciones que se me van ocurriendo, y trato de aprovechar el tiempo al máximo. Y cuando me toca escribir un texto de crítica literaria, teórico, es como que me quito el sombrero de escritor y entonces me convierto en crítico. Y siempre he sabido vivir así, con un pie aquí y un pie allá.
Lo de ser crítico del mismo movimiento, creo que lo he hecho además porque pienso que esto que está pasando ahora en los Estados Unidos, del New Latino Boom, toda esta gente que como yo está escribiendo en español en los Estados Unidos, y hay editoriales independientes aquí y allá, hay cosas, hay mucho que está pasando, pero poca teorización, hay poca crítica al respecto. Y entonces yo lo he tomado como una cuestión personal, lo de tratar de darle ese giro crítico que es tan necesario para darle voz precisamente a eso que está pasando.
YT: Te queremos invitar a leer una parte de uno de tus cuentos, “Un traguito de Bernadryl“.
Oswaldo Estrada: A este cuento lo escribí originalmente en inglés. Es curioso que estemos hablando de esto hoy, mientras hay elecciones presidenciales en los Estados Unidos, porque yo escribí el traguito de Bernadryl cuando Donald Trump fue presidente la primera vez. Y me invitaron para un evento que se llamaba Latinos for Migrant Justice o algo así, y me pidieron que leyera un trocito de un cuento para un evento para recolectar fondos para los inmigrantes que acababan de llegar. Pero tú sabes que un poema tú lo puedes leer rápido, y un cuento si lees solamente un trocito del cuento no se entiende cuál es todo el mensaje. Entonces lo escribí específicamente para el evento y es un cuento que lo puedes leer en cinco o siete minutos en su totalidad realmente. Y lo escribí pensando en ese momento yo estaba enseñando un seminario de primer año y tenía a muchos estudiantes, un seminario de literatura escrita por mujeres y que tenía que tener el punto, el giro, de que había cruces fronterizos. Entonces yo decía, ¿de qué escribo? ¿de qué hablo? No sé, y algo que pueda yo vender al público en cinco o siete minutos porque era lo único que me daban en el micrófono para que yo hablara.
Entonces, estando sentado imaginé la vida de este personaje que se llama Elena López. Yo soy el tipo de profesor que me gusta saber la vida de mis estudiantes y pregunto: ¿dónde vives? y ¿tienes hermanos mayores?, ¿qué estás estudiando? y siempre estoy preguntando, preguntando, preguntando todo el tiempo y había una persona, una chica que no se llamaba Elena López pero que estaba al fondo siempre sentada lejos y nunca supe su historia. Nunca supe por qué era tan calladita, nunca supe por qué se sentaba siempre cerca de la puerta. Mejor dicho, alejada de la puerta que estaba del otro lado, nunca supe nada de ella y fue como como una nuez difícil de entrar al corazón de la nuez y creo que por eso escribí este cuento imaginando una historia en base a esto. Después, debo decir que yo escribí el cuento en inglés y lo leí en ese evento. Yo gané un premio y entonces debido a ese premio me pidieron que juntara varios de mis relatos que tenían que ver sobre migración y entonces yo rescaté este cuento que tenía en inglés, me traduje yo mismo al español, así que estas son mis palabras, salió publicado en un libro que se llamó Las locas ilusiones.
El Bernadryl es un medicamento que se utiliza para que te de sueño. Es para que te usualmente por ejemplo si estas muy resfriado si estas muy agripado te lo dan en las noches, pero no se les puede dar a los niños pequeñitos porque no puedes controlar la dosis sobre todo el peso de un bebé, de una criatura de un año, de dos o tres. Así que en Estados Unidos todo el mundo entiende lo que es el Bernadryl, es un medicamento, pero sobre todo para adultos.
Un traguito de Benadryl
Duérmete mi vida te prometo que aquí voy a estar cuando abras los ojos, sé buena Elena, no digas nada y no vayas a llorar, quédate quietecita un momento nada más.
A mami le gusta contar que yo era tan obediente que me quedé dormida apenas me lo pidió para cruzar la frontera en el asiento trasero de un viejo Dodge haciéndome pasar por la tercera hija de una familia mexicana con papeles, agarrando mi mantita y chupándome el dedo. Yo no me acuerdo de nada. Pero he oído la historia tantas veces que me imagino ahí con un vestido rosa y mis colitas con lazos del mismo color muerta de miedo, pero confiando en ella plenamente. Hacía calor, los vendedores ambulantes caminaban entre los carros que esperaban en línea vendiendo sombreros, piñatas, juegos de lotería, collares y alcohol barato, guitarritas. Yo tendría dos, dos y medio. Mami siempre cambia esta parte. Lo que nunca le cuenta a nadie es que me dio Bernadryl. Ese jarabe te puede matar si tienes menos de cinco años. Pero a fuerzas tuvo que hacerlo. Se durmió como un angelito, les cuenta a sus amigos de confianza, sin mencionar que me hubiera podido morir.
(…) Ella jura que estuvo ahí, en la frontera cuando me desperté. Le pagó a la familia mexicana mil quinientos dólares y guardó el resto para comprar nuestros pasajes a Carolina del Norte. En el Greyhound.
(…) Y aquí estoy, dieciséis años después, matriculada en su clase para estudiantes de primer año. He sido buena todo este tiempo. Saqué excelentes calificaciones en la secundaria. Hice algo de servicio comunitario. Le di de comer a los vagabundos el día de Acción de Gracias. Hice todo lo que hay que hacer para que me admitieran. Usted quiere que escribamos una autobiografía cultural, contando de dónde somos, describiendo el camino que nos ha traído hasta la universidad. Y yo sólo quisiera cerrar los ojos y dormirme en el asiento trasero de ese viejo Dodge.
Mami dice que tenemos suerte de estar aquí que lo haría otra vez. Por mí. Y por ella. Que limpiaría casas ocho, diez horas al día. Aunque esos químicos hayan destruido sus pulmones.
(…) Nunca me quejo si me tratan mal cuando pregunto dónde está el baño. Ni cuando me dicen que no tengo una reservación, aunque la tenga. O si alguien me mira feo por hablar mi lengua. No digas nada, me dice mami una y otra vez. Retírate y punto.
Estoy acostumbrada a estar callada y ahora usted quiere que participemos, que compartamos nuestras ideas nuestros sentimientos, que discutamos. Pero no más no puedo.
A los americanos les encanta protestar. Sobre la matrícula, las clases. Sobre los derechos de los animales y algunos monumentos. No me importa que me arresten, dicen. Muy orgullosos. Sin miedo. Pero nosotros no podemos. Tenemos que pasar desapercibidos. No llames la atención, me previene mami. Los güeros en cambio animan a sus hijos para que sean políticos, cirujanos, científicos o el próximo presidente de los Estados Unidos.
Soy Elena López profesor. Pero podría ser Mariela Hernández. Orfelinda García. Jenny Méndez. Me siento atrás, lejos de la puerta, y casi nunca hablo. No puedo ver películas con escenas de violencia doméstica. Me recuerdan que mi vida sería diferente si mami y yo no hubiéramos tenido que huir de eso. Ella quiere que estudie para maestra o enfermera. Pero yo quisiera ser abogada para ayudar a otros en mi lugar. A otros que jamás podrían dormir sin tomarse primero un traguito de Bernadryl.
EG: En muchos de tus cuentos las protagonistas son mujeres. ¿Por qué decidiste contar sus historias?
Oswaldo Estrada: Yo crecí en un mundo de mujeres: de mi madre, de mi abuela. Mujeres muy fuertes que me ayudaron a ver el mundo a través de sus ojos. Entonces para mí siempre ha resultado natural. Por ejemplo, a veces estoy yendo de camino a la universidad en mi bicicleta y viene a la mente esta historia, yo escuché desde un principio en este “Traguito de Benadryl” que la protagonista era una chica era una joven de la universidad y era una mujer, claramente, la que me estaba contando. Esto es un poco como de locos, que estás ahí y escuchas esa voz que te está llamando, que te está pidiendo “escríbeme” y así es como yo escuché esta voz. En en el caso de los columpios también escuchaba la voz de varias mujeres. En cambio, cuando escribí el otro cuento que has mencionado “Ganar la Guerra”, claramente era un niño el que estaba hablando ahí: un niño, un chico, un hombre el que estaba contando esa historia.
Así que siempre depende de si la historia me pide que la narre con una voz de mujer, con la voz de un anciano, con la voz de una mujer que ha vivido mucho. Yo creo que las historias nos escogen a nosotros para ser contadas y cuando yo quería escribir este cuento para ese evento sabía que tenía que ser un cuento de inmigración. Pero más allá no sabía y claro estaba con la presión del tiempo y creo que como yo estaba enseñando, estaba dando un curso salió este personaje que claramente está como en un salón de clases, con un profesor que le está pidiendo que escriba, pero eso varía mucho.
EG: Quería preguntarte por el hecho de darle siempre la voz al migrante y dejar, en este caso a los gringos, en el silencio. Muchos existen, están ahí, pero no entran dentro del cuento como narradores, no tienen una voz propia, los conocemos solamente a través de la visión de los migrantes.
¿Tratás conscientemente de darle visibilidad al migrante a través de este efecto formal, dentro de la narración, en vez de dejarlos sin voz y en el silencio como a los estadounidenses?
Oswaldo Estrada: Yo creo que es cierto. Creo que lo hago para mostrar que los inmigrantes y, en este caso, los gringos, que sería el grupo mayoritario dominante, ocupamos espacios completamente diferentes, realidades que no tienen nada que ver. Tú entras a una casa mexicana en cualquier parte de los Estados Unidos y esa casa mexicana huele a pozole, a tortillas. Escuchas la telenovela allá atrás. A lo mejor la gente no gana mucho dinero, pero se esfuerzan por celebrarles su quinceañera, la niña, con su fiesta, con sus mariachis. ¿De dónde sacan el dinero?
Ese mundo no tiene absolutamente nada que ver con este otro mundo, no sé, de los académicos, de los abogados, de la gente de clase media alta que vive ahí, que van a la ópera y al teatro y al cine. La cultura popular de estos no tiene nada que ver con la cultura popular, ni el mundo en el que se mueven, ni las comidas, ni la música. En muchas ocasiones ni las escuelas a las que van estos niños son las escuelas a las que van estos otros. Y en ese sentido creo que hay como un total desconocimiento, aunque tengo algo escrito que no lo he publicado, en el que sí me pongo en los zapatos de los gringos, tratando de darle voz a ese otro lado. Es algo que está ahí pendiente, todavía no lo cuento porque sino no lo termino, pero sí me parece que sería interesante que alguien como yo escribiera desde el punto de vista de ellos, cómo observan ellos, por ejemplo, este drama de la migración, que es tan complejo.
YT: Nos contaste que te gusta comer. Entonces tenemos una pregunta clásica de nuestros encuentros literarios en Siegen: ¿con qué personaje histórico o literario te habría gustado cenar? ¿Y qué habría en el menú?
Oswaldo Estrada: A mí me hubiera encantado conocer a Gabriel García Márquez en persona, porque para mí hubo un antes y un después de leer sus obras. Me acuerdo que a lo mejor la gente de mi generación, si yo hubiera vivido en el Perú y si nunca hubiera salido, hubiera leído a Gabriel García Márquez joven, a los 15, 16, 17 años. Pero lo leí un poco más tarde, lo leí como a los 21 años, algo así, porque, ya les he contado, yo tenía que aprender inglés, estudiar en mis clases de inglés y llegué a la literatura en la universidad más bien tarde.
Pero me acuerdo todavía la sensación de maravilla de leer Cien años de soledad y sentir que volvía a América Latina, una América Latina que estaba él descubriendo para sus lectores. Y a partir de ese momento empecé a seguir a Gabriel García Márquez en sus entrevistas, en cualquier papelito que escribía en alguna parte. Por supuesto, Gabriel García Márquez vivía cuando yo era joven y quería conocerlo. Nunca lo conocí en persona, pero me vi todas sus entrevistas, escribí una tesis de grado, una tesis de honor que tenía un título muy rimbombante, era como “la soledad del erotismo en los manuscritos de García Márquez”. Una cosa así. Y me fijaba en los momentos eróticos, amorosos, sexuales (e incestuosos), todo lo que él hace. Pero cómo había mucha soledad dentro de todo eso.
Me hubiera encantado cenar con él porque creo que, más que por la comida, él sabía muchísimo de la música popular colombiana. Conocía mucho los vallenatos, que es la música típica de los pueblos del interior de Colombia. Es una música muy caribe, en ese sentido, el vallenato, y muy de pueblo, muy de clase baja.
Y decía él que solamente la gente que canta, aunque cantes mal, no importa, pero la gente que canta vive la vida en otra dimensión y tienes como otras cuerdas para hablar, para expresarte. Precisamente porque tienes ese registro de la música. Y entrar a los cuentos de Gabriel García Márquez es como entrar a los vallenatos, en que tú te encuentras con platos típicos de la región y que son típicas del Caribe, no tanto como los plátanos y los tamales. Me hubiera gustado eso, una velada literaria con Gabriel García Márquez en las que él hablara de sus conocimientos musicales mientras comíamos algo. Eso me hubiera encantado, pero no se dio.
*Fragmentos de la entrevista que se publicará al completo en formato libro.